La casa, una reforma interior fruto de una herencia, es una de esas obras que se supone, por su dimensión y su cuantía, con las que uno/a empieza a ejercer su carrera profesional. Una especie de primer escalón en una escala ascendente. Esta casa no va por ahí, pensé al verla recién terminada, hace un año, y lo pensé de nuevo hace unos días cuando visité la exposición en Barcelona: es un experimento demasiado arriesgado, demasiado radical para los tiempos que corren. Hay que ser un suicida, o un empecinado y obsesivo libertario, para “re-inciar” una carrera con una obra construida volviendo al origen del origen y detallando escrupulosamente hasta la obsesión, los vínculos arquitectónicos posibles entre cada una de las domesticidades de la casa y sus potenciales ecológicos. Y a renglón seguido, convertir cada parteen un pequeño manifiesto de sus compromiso climáticos.
Han pasado muchas cosas y mucho tiempo desde que vi la casa. Y al verla de nuevo en la exposición no sé qué admirar más, si ese arriesgado ejercicio de revisar esos orígenes, (el aire que la atraviesa llevándose las ventanas, la tierra que desaparece para que los suelos floten y los gatos tengan sitios, la naturaleza invitada para que sea parte activa de una vida digna, la erótica y acuosa exhibición del cuerpo, el fuego presidiendo la ambigüedad funcional para permitir adentrase en lo oscuro o en la nada, etc..), y demostrar de esa manera, punto por punto, que el cambio climático no es un enunciado exterior a la arquitectura, o las provocativas, por evidentes, transparentes y comprometidas explicaciones, que no paran del interpelar al lector mientras detallan cómo y porqué esas domesticidades producen agencia.
Hay muchas arquitecturas que tratan, buscan, o dicen, estar alineadas con este compromiso. Y es loable y necesario. Imprescindible. Lo interesante de LA CASA PARA EL DIA DESPUES de TAKK es que lo logra porque el proyecto acepta que la casa no puede ser de otra manera que tiene que ser muy humana. Y al escribir esta palabra sé que me meto en un jardín de tres pares, un lugar de argumentos y consecuencias imprevisibles, un enunciado para rasgarse las vestiduras, vamos. Pero es que empiezo a sospechar que la única posibilidad de explicar el sentido de nuestras trasformaciones arquitectónicas es si somos capaces de explicar ecológicamente nuestros compromisos arquitectónicos desde nuestras potencialidadeshumanas: la construcción de pequeñas realidades de cómo la ecología como texto nos hace hacer ecologías que nos transmutan, alteran, provocan, humillan, ensalzan, abruman, adulan o nos fastidian como la puta mierda ( o no ) de humanos que somos, y que por mucho tiempo vamos a seguir siendo. Y que conste: no estoy en la línea de ensalzar la sencillez. Yo soy de los de antes muerta que sencilla. Y esta casa, la obra de Takk, es militante de ese lema. Es todo lo contrario: la casa es una operación cultural de una grandísima exigencia autoconstructiva tanto material como subjetiva. Porque no basta verificar si esa provocación es capaz de alterar, por ejemplo, las convenciones distributivas, que también; o los cambios de materialidad, que también; o crear nuevas texturas “supermatericas desconocidas para nuevas y desconocidas relaciones visuales”, etc. etc. sino verificar si es capaz de hacer aparecer realidadesficcionadas materiales que son a su vez actitudes arquitectónicas de alta complejidad biológica, directamente vinculadas con datos medioambientales estimados, calibrados, y evaluados.
Hace años desde Alicante hablé de lo ecologizante, lo que hace hacer ecologías. No creo que sea oportunista, y si lo es me da igual, decir que hablaba de esta arquitectura, de estas arquitecturas. Gilles Clement, al que deberíamos leer mucho más, y en lugar de otros y otras, lo tiene clarísimo. Se trata de reinventar el espacio habitable reciclando la producción aparentemente inútil procedente de todas las fuentes de consumo ( el gato paseando por debajo de la cama, la altura de una bancada para todos los públicos, las bombillas distintas por el gusto de cambiar como se cambian las ropas en verano o en invierno, la vegetación más allá de las plantitas, una habitación como comuna para muchos/muchas …. ), aquello que llamamos residuos , para transformarlo en materiales de construcción y uso cotidiano. Ninguna poshumanidad para un incierto mañanani en los hechos ni en las proposiciones. Todo en la casa es aquí y ahora: no hay nada más anárquico (libre y extraño) que esta humanidad llena de residualidades sin importancia, ni nada más residual que aceptar que es la lógica de la precariedad cultural, que cada trocito de arquitectura hace real, la que propone que esta real anarquía climática esté hecha de hechos humanos ( de nuevo¡¡ ) que funcionan contra el determinismo tecnológico.
Takk ha mostrado muy bien que explicar-nos o vivir-nos, no coincide con el construir-nos. En el arte estas cosas coinciden; en la cultura, en la arquitectura, no. Es realmente de agradecer que Mireia y Alex se hayan atrevido a correr el riesgo de replantear estas discontinuidades, de desenmarañar la confusión con la construcción primero, y con sus explicaciones después. Para mi ese es un asunto personal. La obra de Takk me afecta y me enternece y me tortura y me conmueve a partes iguales. Quiero convivir con ella. Eso es evidente desde hace tiempo. Pero mi esperanza más secreta es que, después de esta exposición, también afecte a los que aún siguen cobrando con la moneda con la que paga el movimiento moderno, y ante tan devaluada situación, aspiren a abandonar a sus amos, y a los mayordomos de sus amos.