La arquitectura de los fenómenos I
A Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa de Sanaa. Y a F. Márquez y R. Levene que los editan.
En la entrevista que Juan Antonio Cortes les hace a Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa en El Croquis nº 139, la última pregunta es acerca de qué idea tienen de la evolución de su arquitectura en el futuro. Ryue Nishizawa contesta de una manera doble: por un lado, dice, “…uno de nuestros intereses es el de cómo podemos crear una atmosfera, un paisaje para la gente……. Esta es una de las cuestiones importantes que suceden en la ciudad, que la arquitectura crea un paisaje para la gente, para la vida….”. Por otro lado añade: “…todo el material que empleamos para crear arquitectura es distinto del de otros siglos y todos los programas que tenemos hoy en nuestra vida cotidiana son muy diferentes de los del siglo pasado y los que habrá en el siglo próximo….”. “Queremos encontrar la escena contemporánea” añade Kazuyo Sejima. El paisaje.
Dejando aparte temas de lenguaje, traducciones y significados diversos que puedan tener para ellos las palabras escena, paisaje, atmósfera, etc., hay un dato cierto que se desprende del texto: la apuesta de Sanaa por generar la arquitectura de/para ese escenario, y lograr que esa arquitectura se incorpore y forme parte objetivamente de la ciudad, de sus imágenes, de su vida social, política y cultural. Esa propuesta lleva implícita un distanciamiento entre ellos como autores y la arquitectura que proponen. Un distanciamiento que impide, como en el teatro brechtiano, la presencia del “actor” para que prevalezca el personaje. Un distanciamiento que conlleva, además, una condición: debe expresarse, en materiales y programas, en formas y contenidos, de una manera completamente nueva y distinta: la del hoy de nuestra vida cotidiana.
Hacía tiempo que un programa de acción no formulaba de una manera tan clara y evidente la compleja trama del pensamiento y del trabajo contemporáneo. (Una complejidad, por cierto, que bloquea cualquier simplificación o lectura reducida de su obra, con la que tantos quisieran identificarse).
Los valores que aportan con esta manera de proceder tienen que ver con el sentimiento colectivo como entidad generadora de conocimiento, con el valor de las cosas que tienen, sin quererlo, incluso, vocación de conjunto, de Patrimonio, de algo que puede ser heredado, como se hereda y se disfruta el espacio de la ciudad. Entender los proyectos como acciones múltiples de formas repetidas, sensiblemente distintas unas de otras, es más que entender el trabajo con un valor exclusivamente personal, como una demostración puntual de una emoción o de un conocimiento: es incorporar en el trabajo la condición de herencia, del trabajo como un legado que en su conjunto construye un paisaje.
Creo que la condición patrimonial de la arquitectura de Sanaa es doble. Por una parte, su materialidad misma, el estatus y el modo de hacer intrínsecamente contemporáneo de su trabajo, con un apasionante equilibrio entre pasado y futuro. Por otra, el valor de un intangible en su trabajo y que deriva de la búsqueda de que cada proyecto, en lugar de ser una obra única, forme parte de un continuum, de una sucesión de hechos y acontecimientos que buscan verificar, una y otra vez, una idea: esa tensión entre paisaje y materia, el valor de la ciudad como un paisaje, una atmósfera como el lugar de la innovación de los materiales y de los programas.
La condición de calidad que incorpora ese intangible busca una ratificación colectiva. Es un pensamiento positivo. No querer demostrar nada, no tener que demostrar nada, sólo “hacer”, libera al objeto producido de la tensión emocional de lo inventivo a la par que lo sumerge en una banalidad formal extrema. Es la banalidad de los grandes: la banalidad, por ejemplo, e insisto en ello, aunque a alguno le moleste, de los dibujos de Coderch para la ampliación de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, la banalidad de aquello que por ser tan evidente no necesita demostración alguna.
Lo que adoro hasta el enamoramiento de los trabajos y de los proyectos de Sanaa, de sus escritos inexistentes, de sus objetos reflectantes, de sus muebles, de sus macetas, de sus flores y vestidos, de todo, tal vez sea el que sin quererlo, sin aparecer, desapareciendo ellos mismos en una renuncia que los hace especialmente modernos, establezcan una relación tan generosa, tan ambigua y tan compleja, entre inteligencia y cultura. Por eso su trabajo es algo que va incluso más allá de lo cultural mismo: es signo para movilización de la arquitectura desde el único lugar en el que la producción de hoy tiene sentido: desde una especie de trivialidad sublime de lo cotidiano, desde una búsqueda de la felicidad de lo inmediato disimulada tras una extrema sofisticación… Algo que no hace sino conectar una y otra vez, y por raro que parezca, la arquitectura con la naturaleza humana.
…….¡¡ Qué grandes son Sanaa…¡¡
(Por cierto, yo de ellos, les encargaría las memorias y los no-escritos a Quim Monzó).
Fotografías de los Laboratorios en Orihuela para la Universidad Miguel Hernández. En colaboración con Subarquitectura.
José María Torres Nadal.
Alicante 2008 Marzo y con mucho viento.