Con Maria, Antonio y Hans Ole, comí el viernes en el NOMA. Es realmente extraordinario pero lo sorprendente es que no puedes dejar de pensar que hace casi diez años EL BULLI ya lo estuviera haciendo. Más allá de las diferencias en el uso de algunas hierbas o en algunas texturas insólitas como un musgo de jengibre, la perfección en el servicio, la imaginación en los formatos es casi la misma. Tal vez aquí en en el NOMA todo era más pragmático y en EL BULLI más hedonista, una perfección más espontanea. Esa sofisticada espontaneidad es algo que no deberíamos perder. Pero la carnalidad y la condición básica del comer, y comer en compañía de personas queridas, es la misma. Eso explica seguramente que el puente entre arte y cultura sea en la comida sea tan intenso. Mucho más que en arquitectura.
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